Los fotogramas de Eduardo Hopper

Como seguía de vacaciones y estaba en Madrid, fui con unos amigos a ver la de Hopper, en el Thyssen.

Habitación de hotel, 1931
Dicen que es la mayor muestra del artista en Europa, 73 piezas (aunque falta el cuadro más guay de todos, que sigue en Chicago) expuestas más o menos cronológicamente. En la exposición se enfatiza la influencia de los maestros europeos en la evolución del americano: Félix Vallotton, Albert Marquet y, por supuesto, Degas. Leo, sin embargo, un artículo de Muñoz Molina sobre esta exposición que dice que Hopper es un pintor radicalmente americano porque presenta una sensibilidad autóctona que se esmera en mantener la distancia con el cosmopolitanismo de las vanguardias y la figura europea del artista moderno. Estoy de acuerdo con Antonio, Hopper viajó a París e ignoró el cubismo por completo. Pasó del extrañamiento y aquel intento de desautomatizar la mirada de los vanguardistas aquellos. Hopper iba a otra cosa. 
Sigo leyendo a Muñoz Molina y veo que en 2010, cuando el hombre se paseaba por las calles de Manhattan y pasaba sus tardes en el MOMA, decía que de Hopper le sorprendía la falta de cualquier anécdota narrativa, la exploración más bien de tan sólo unos rasgos esenciales –y aquí Muñoz Molina citaba a Machado oscura la historia/ y clara la pena. Pena sí, rasgos esenciales también. Pero sujetos ambos por la precisa narratividad de cada una de sus piezas. 
Reunión nocturna, 1949
El momento de Hopper es preciosamente narrativo. Es literatura visual. Aunque, y haciendo una concesión al Muñoz Molina del 2010, literatura que por más figuras reconocibles que presente, nos resulta más bien abstracta –“Qué imperiosamente real puede ser Jackson Pollock, qué abstracto Edward Hopper” creo recordar que decía Antonio. Hopper nos ofrece una captura de imagen, un fotograma de folletín. Hay expectación argumental en cada pieza, la causalidad se desvanece, sin embargo; el predecesor de cualquier teleserie norteamericana o de una obra, ahora sí, de Agustín Fernández Mallo, por ejemplo. Hace unos días leía algo que decía este escritor sobre Hopper en su blog acerca de la interpretación existencial que se le da a la obra del pintor. Agustín se pregunta si en vez de interpretar estas figuras en clave de tristeza, no podríamos pensar que están, más bien, a su bola. Cada uno a lo suyo y, además, perfectamente felices de estar así, dejados a su rollo; “construyendo su individualidad”. No puedo evitar ver las figuras de Hopper con cierta sentimentalidad, del mismo modo que leo el universo Nocilla del coruñés con la misma plaga emotiva, pero eso es otra historia. Lo importante hoy es la narratividad descentrada de Eduardo. Hopper rescata una escena desenfocada, fuera de encuadre de la gran historia norteamericana. Un pie se queda fuera de la imagen, vagando solo. Medio cuerpo fuera de la ventana, una farola sin cabeza. 
Habitación en Nueva York, 1932
No hay protagonista redondo, son avatares sin rostro. La alienación del desarrollo capitalista norteamericano como precuela a la incorporeidad internáutica actual. O a la literatura contemporánea española; las fronteras se borran, oscura la historia/ y clara la pena.

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