Cigarrillos Manoli y otras vanguardias

Como estoy de vacaciones y en Madrid, esta mañana, mi señor padre y yo hemos ido a ver la exposición de la fundación Juan March, “La vanguardia aplicada (1890-1950)“.

Imprenta Trío, 1931, Piet Zwart


Leo bastante sobre la experimentación artística de hoy. Parece que todo el mundo trata de subvertir las reglas (cosa que, por otro lado, me parece muy requetebién) y que si no es “experimental”, la cosa no merece mucho la pena (cosa que, por otro lado, también me parece, las más veces, muy requetebién). Creo, no obstante, que sigue mereciendo la pena detenerse un momento y volver la mirada al proceso de evolución de las vanguardias históricas (y no sólo las tradicionalmente comprendidas como literarias, que son las que se llevan la gran parte de la atención crítica –cosa que, también, me suele parecer muy, muy requetebién) para comprender el momento de “experimentación” artística en el que vivimos.

En el programa de mano de la exposición se explica que antes de que en el siglo XVIII advinieran las estéticas modernas, y con ellas, la autonomía de las bellas artes, éstas habían sido consideradas “artes aplicadas”, es decir, que se creaban con un objetivo particular “aplicado” a la devoción religiosa, la representación del poder, la riqueza, etc. Sabemos que años después, con la llegada de muchos movimientos vanguardistas (futurismo, dadaísmo, constructivismo… ismos todos hartos de la situación “autónoma” en la que se encontraba el arte), se trató de devolver el arte (¿con su potencial transformador?), al ámbito político y social, al mudo doméstico y de las ideas, del que las estéticas y poéticas del arte puro, el esteticismo, y el ideal de l’art pour l’art le habían alejado.

 

Nicolas, 1935, Cassandre


Devolver el arte a la vida… Volviendo a la “experimentación” literaria de hoy, veo una influencia doble de estas vanguardias “históricas” en la obra de muchos artistas actuales — y pienso aquí, sobre todo, en aquellos que algunos hemos nombrado mutantes (y que me interesan a mí porque me parece que lo que hacen está más que requetebién)– que vendría desde el desarrollo de los medios tecnológicos, por un lado, y de la vanguardia literaria en sí, por otro. En lo referente a la evolución estética de los medios, valga recordar los múltiples manifestos y publicaciones pro-cambio de los 1920 que buscaban un nuevo tipo de lenguaje dentro de esos mismos medios tecnológicos que estaban afectando la práctica de los diferentes artistas “de vanguardia” pocos años antes: la nueva tipografía de Jan Tschichold, la nueva visión de Laszlo Moholy-Nagy, la revolución arquitectónica de Le Courbusier, los intentos franceses, alemanes o rusos por crear un lenguaje cinematográfico nuevo y, desde luego (y con más presencia en esta exposición de la Juan March), las innovaciones de diseño gráfico de Aleksander Rodchenko o El Lissitzky.

Estas revoluciones de principios de siglo (diseño, visión, arquitectura) respondían a lo que entonces eran “new media”: la “nueva” fotografía, el “nuevo” cine, y la “nueva” arquitectura. “Medios” con múltiples aplicaciones y creados para ser, precisamente, “aplicados”. Vemos, en los 1990, una reaparición del concepto “nuevo” pero esta vez, sin estar necesariamente asociado con un medio concreto. Ahora hablamos de “media”: New Media, lo que ha llevado a críticos como Lev Manovich de la Universidad de California, San Diego, a sentenciar que los “New Media” se han convertido en “the new cultural avant-garde” en general.
La relación entre estos cambios y las “vanguardias históricas” va más allá de un énfasis paralelo en lo “nuevo,” pues aunque efímera en muchos casos, la experimentación vanguardista no desapareció súbitamente. Hemos visto cómo la postmodernidad ha naturalizado el avant-garde de aquel momento, se ha deshecho de la implicación política original del movimiento y, gracias a la repetición constante de sus técnicas expresivas, nos ha hecho verlo como una expresión totalmente natural. Lev Manovich nos avisa de que, desde este punto de vista, el software de los 1990 ha naturalizado las técnicas de los 1920, tan radicales como eran su montaje, collage (u otros medios de desfamiliarización, por rememorar al gran Shklovsky) tal y como ya lo hicieron los vídeos musicales, el diseño postmoderno, la arquitectura o la moda de los 70 y los 80. 


Me resulta curiosa la vuelta de estos desafíos tipográficos a la sala del museo de la Juan March. Carteles de Opel, Bosh o cigarrillos Manoli junto a pósters llamando a la afiliación soviética, o portadas de antologías poéticas como Las 7 virtudes publicada por Francisco Rivero Gil en 1931, con participación de Gómez de la Serna y Benjamín Jarnés.

Lucian Bernhard, 1911

 

Arte hecho diseño, diseño vuelto arte: vanguardia aplicada, aplicación museificada… el arte está en los ojos del que mira.
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